sábado, 21 de junio de 2014

Jorge Basadre y la historia peruana.

La Vigencia de Basadre

A 20 años de la muerte del gran tacneño, dos historiadores precisan lecciones de su obra y su vida para una nación que él amó con pasión y serenidad.

Manuel Burga, catedrático de ciencias sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y Margarita Giesecke, profesora de historia de la Pontificia Universidad Católica, definen claves del admirable personaje que en 1931, a los 28 años de edad escribió ese clásico que es Perú: problema y posibilidad, y nos legó, entre otras obras magistrales, la insuperada Historia de la República del Perú. Investigador acucioso desde los 16 años de edad, llegado a Lima desde su Tacna natal ocupada por Chile, fue siempre un demócrata y un partidario de la justicia social. "Hay", escribió en Infancia en Tacna, "derechos imprescriptibles, una dignidad mínima para subsistir, seguir adelante y tomar impulso y que constituyen la misión, el destino, la promesa de nuestra existencia común."

SUS CUATRO CLAVES DE LA HISTORIA PERUANA

Manuel Burga 

Es increíble la capacidad creativa o destructiva que tienen los escenarios históricos cuando se mira hacia el pasado o se piensa en el futuro impregnados de esta actualidad. Por eso no es nada raro percibir, o quizá simplemente intuir, que hoy el tiempo histórico parece más favorable a don Jorge Basadre, el historiador de la República, que a José Carlos Mariátegui, el fundador del socialismo peruano, por ejemplo. 

Los libros de Basadre parecen aún vitales, indispensables, con una fuerza sana para explicar y entender nuestro destino histórico. 


Presentar o discutir la obra de Basadre demanda un espacio mayor, no un artículo que pretende solamente recordarlo a 20 años de su muerte. Por eso me limitaré a presentarlo a través de algunas de sus claves para entender la historia peruana. Se me ocurre llamar así a esos rasgos fundamentales de nuestro proceso histórico, que Basadre decía que uno puede ignorar, conocer y aún manejar, pero no evitar. 

Por eso no es nada raro que su gran tema de estudio haya sido la República. Desde su primer libro, La multitud, la ciudad y el campo en la historia del Perú (1929) hasta su Introducción a las bases documentales para la historia del Perú (1971), pasando por su monumental Historia de la República del Perú, su obra historiográfica trata de explicar y entender el Perú moderno. Su obra es inmensa, sorprendente, rica e inagotable. Sin embargo nunca estuvo libre de la incomprensión, la crítica y - a veces- del menosprecio de algunos historiadores, especialmente de mi generación, que priorizaban una historia denuncia, que negaban la inevitabilidad de lo hispano y lo criollo, que preferían la demolición de la historia, más que una historia centrípeta que buscaba la nación como centro y justificación.

Analizaré algunas de sus ideas que podemos considerarlas como claves de nuestra historia. 

Primera: El Perú no es inca, ni español, ni criollo, ni mestizo, es una realidad más compleja. Para mala suerte de Basadre, su carrera como intelectual, se inició en el Oncenio de Leguía, cuando frente al autoritarismo y el derrumbe de las instituciones democráticas, había surgido con fuerza inusitada el primer indigenismo moderno que invadió todos los rincones y emociones de la vida intelectual de entonces. Por eso discrepó de Julio C. Tello, así como de los hispanistas y consideró al criollismo como mundo crepuscular, para luego afirmar que el Perú era más que todo eso. 

Segunda: El Perú es un país de contrastes y de contradicciones. Un "país que en la guerra con Chile produjo un bizantino faccionalismo político y un arquetipo de hombre como Grau". Gran parte de nuestra historia, decía, la podemos entender como un debate entre las ideas de libertad y autoridad, ambas como opciones políticas contrapuestas y justificadas por la búsqueda del ansiado progreso material. Un debate entre la institucionalidad democrática, con todas sus implicancias, y los gobiernos autoritarios, que sacrifican la democracia.

Una tercera clave la expresó de la manera siguiente: La historia del Perú en el siglo XIX es una historia de oportunidades perdidas y de posibilidades no aprovechadas. Aquí tenemos que pensar fundamentalmente en su noción de Estado empírico, ineficiente, clientelista y caudillesco, para entender por qué la riqueza del guano no permitió la aplicación de políticas estatales más inteligentes y nacionales. Los problemas provienen de los avatares, las conquistas, los colonialismos que encontramos en nuestra historia, lo que no nos debe impedir -según él- mirar al futuro como posibilidad de una vida mejor. 

En cuarto lugar: desde muy joven, y probablemente, en respuesta a su experiencia íntima y personal, se preguntó "¿Por qué se fundó la República?" y aquí expuso una de las claves fundamentales de la historia moderna del Perú, la idea de promesa republicana, que aparece como una emoción de todos los hombres nuevos durante las campañas independentistas en América Latina: "Hubo en ellos también algo así como una angustia metafísica que se resolvió en la esperanza de que viviendo libres cumplirían su destino colectivo. Esa angustia, que a la vez fue una esperanza, podría ser llamada la promesa".


Estas son algunas de las claves de nuestra historia, que según Basadre, no hemos sabido manejar, para que la promesa se realice íntegramente, sin exclusiones, ni privilegios, sin mengua de la libertad, sin autoritarismos ciegos, tercos y antinacionales. A pesar de nuestros conflictos, o, como él solía decir, de una "invisible guerra civil", Basadre miró la historia peruana para entender la génesis, constitución y desarrollo de la "nación peruana". La historia no como lección ejemplar, sino como memoria colectiva, y comunión, que nos involucre en un proyecto común. Por esto, la República, nacida con la Independencia, será para él la gran arquitectura administrativa y política para ensanchar la nación peruana.

Creo, finalmente, que su idea central, la búsqueda de la nación peruana, nunca fue cabalmente entendida y por eso se le criticó, acusándolo de olvidos y de omisiones. Pero ahora sabemos, gracias a la propuesta de Benedict Anderson, Comunidades Imaginadas (1983), que las naciones son artefactos culturales, más que realidades materiales, que debemos entenderlas como  comunidades imaginadas, soberanas y limitadas. Basadre nunca pudo utilizar la noción de Anderson, pero sí percibió a la nación peruana desde esta perspectiva. Por eso nos habla de la multiplicidad peruana, de sus herencias diversas, de sus contradicciones, de esa sensación de futilidad de la democracia, del peligro de los autoritarismos, de los faccionalismos, que impiden que nos podamos imaginar como una comunidad nacional. La terca apuesta por el sí de don Jorge Basadre es su apuesta por la nación peruana, por una comunidad imaginada, donde prevalezcan la integración, la honestidad y el juego limpio. No hay otra manera de construir la nación, sino sanamente. La necesidad presente y futura de esta obra explica la perdurabilidad de Basadre.



POR UN DESARROLLO CON JUSTICIA

Margarita Giesecke

Es prácticamente imposible hacer un balance breve de toda la proyección y vigencia de la obra de Jorge Basadre. Sin embargo, quien tenga el deseo y la tenacidad de hacerlo, encontrará, para empezar, que en la política actual se continúa con la tradición de una enorme arrogancia e ignorancia del pasado. Quien crea que el proceso nacional actual es distinto al de su historia está equivocado, pues somos y cargamos con muchos temas no resueltos de nuestro pasado y que una y otra vez nos confrontan con viejos problemas como si fueran nuevos y con viejas soluciones vestidas de modernidad.

En esencia nuestro Estado está ligado a la fragilidad de nuestra economía, todavía fundamentalmente primario exportadora, la que sigue planteando un escenario y actores políticos sumamente vulnerables. En otras palabras, frágiles democracias para las que las oleadas modernizantes muchas veces no pasan de ser barnices relucientes sobre viejas maderas.


Pocas historias como las que nos entregó Jorge Basadre a lo largo de su fructífera vida han contenido en sus análisis y proyecciones un sentido tan clarividente. No estamos hablando del arte adivinatorio, sino de la capacidad de acercar la brecha entre pasado y futuro como resultado de una prolija investigación histórica. Jorge Basadre enfocó la historia como un proceso continuo en el tiempo. Ciertamente, el fenómeno histórico que lo comprometió más y que prácticamente definió toda su obra fue el de la historia política. Algo irónico, según él, ya que se trató de una práctica de la cual siempre discrepó o ante la cual fue siempre muy crítico. A pesar de ello, decía que el conocimiento de la historia política era el andamiaje indispensable sobre el cual se investigarían y escribirían las otras historias.


Es en torno a estas historias, política y social, que quisiera recordar la vigencia de la obra de Jorge Basadre.

Convencido de que el tema del poder es eterno, Basadre reunió, ordenó y dio vida a los papeles del Estado. A través del análisis certero de la política nacional, de los políticos y las instituciones públicas a lo largo del tiempo, Basadre nos enfrentó y nos enfrenta aún a por lo menos dos problemas medulares en la formación de la nación peruana. El Perú de 1879, nos dijo, tuvo dos fallas esenciales que nos explican el desastre de la guerra: el Estado empírico y el abismo social. En 1969 advirtió nuevamente que, si continuaban existiendo, podían llevarnos a nuevas catástrofes frente a las grandes pruebas del futuro.

Por mucho tiempo se malentendió empírico solamente como improvisado; pero la definición que él dio en su Historia de la República es mucho más comprehensiva, pues quiere decir: "el Estado inauténtico, frágil, corroído por impurezas y por anomalías... el Estado con un Presidente inestable, con elecciones a veces amañadas, con un Congreso de origen discutible y poco eficaz en su acción, con democracia falsa... Un Estado en el que no abundan las personas capaces y bien preparadas para la función que les corresponde" (JB, tomo VIII de la Historia de la República) Este Estado empírico reposaba, por añadidura, sobre un abismo social, pues se evidenció una total despreocupación en la época republicana por el problema indígena, lo que originó la ausencia de una mística nacional en este grupo humano. En conclusión de Basadre: "el peruano del siglo XIX no había tecnificado el aparato estatal ni había abordado el problema humano del Perú".

En 1978, en las anotaciones a su obra Perú: Problema y Posibilidad, escrita en 1931, nos recordó la relación estrecha entre el tema del desarrollo económico y la todavía urgente superación del Estado empírico y del abismo social sobre el cual éste reposaba. Para Basadre, "el desarrollo económico auténtico no sólo implica la ampliación de bienes y servicios, sino que queda definido mejor en términos que eleven los niveles de subsistencia, dignidad y libertad humanas y combatan la pobreza, el desempleo y la desigualdad". Más aún planteó la lucha contra el subdesarrollo como: "una planificación auténtica de tipo democrático, gradualista y experimental en el avance hacia el futuro con soluciones de corto, mediano y largo plazo que tiendan al aumento de la productividad y al alza del nivel de vida, defiendan al mismo tiempo derechos humanos esenciales y busquen, sin mengua de ellos, la justicia social."

En el año 2000 resulta complejo afirmar que el Estado peruano ha logrado superar su empirismo, el abismo social, la debilidad democrática y el subdesarrollo.

Por cierto, el abismo social ya no se presenta solamente como la marginación del indígena en los Andes, sino también como pobreza extendida de un alto porcentaje de peruanos, su real marginación del sistema educativo y su creciente dependencia cultural y cívica de los medios de comunicación. El "problema humano del Perú hacia la construcción de una mística nacional" sigue siendo una tarea pendiente en la construcción de nuestra historia.


El estudio de la historia social, en cambio, arroja un saldo positivo. En 1975 Basadre me escribió a Londres y en esa oportunidad sostuvo que el género de historiografía que Eric Hobsbawn cultivaba y propugnaba sería, sin duda, el que más atracción tendría en los tiempos venideros (consideraba que el libro Bandits de Hobsbawn era interesantísimo). En ese entonces ni se soñaba con la posibilidad de la existencia de la cátedra de historia social que hoy existe. Tampoco se habían publicado aún los importantes estudios con que ahora contamos sobre campesinos, obreros, minorías étnicas y seres anónimos trabajados en base a sus historias orales.


En realidad el puente entre la historia social y la historia de la sociedad estaba dado ya en la concepción histórica de Basadre y, aún cuando tuvo que privilegiar la historia política, lo social estuvo siempre presente en su obra. No sólo lo está en las páginas que dedica a las nuevas clases sociales y a las jornadas reivindicativas de obreros y campesinos, sino en toda su obra, y ello es fruto de su calidad de persona profundamente preocupada por la marcha de la sociedad en su conjunto.


Fuente: Revista Caretas. 30 de junio del 2000.

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